Si bien es cierto que el avance de la humanidad está profundamente vinculado al desarrollo de los modos de producción, es igualmente cierto que las sociedades han debido recorrer un largo camino para comenzar a reconocer la importancia que tiene un entorno laboral sano en la consolidación de la productividad, el bienestar y la calidad de vida.

Aun cuando pueden encontrarse desde las civilizaciones antiguas trabajos que evidencian tanto la preocupación de los grandes pensadores por la salud de los trabajadores, como la observación del vínculo entre determinados estados patológicos y las condiciones laborales, es hasta bien entrado el siglo XX cuando puede ubicarse la creación de un organismo de alcance internacional que vincule las acciones de gobiernos, empleadores y trabajadores para mejorar las condiciones de vida y trabajo en el mundo: La Organización Internacional del Trabajo, establecida en 1919 a raíz de los Tratados de Versalles que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, y heredera directa del espíritu de la Asociación Internacional para la Protección Internacional de los Trabajadores, fundada en 1901.