Vale más una imagen que mil palabras, pero es más dudoso que esa imagen pueda explicar lo más mínimo cuando se trata de interpretar aquello para lo que no hay imagen: lo inasible, lo etéreo, el pensamiento, lo espiritual, lo filosófico, lo argumental. Llegado a ese punto, el extraordinario don de la palabra resulta imprescindible para poder comprender. Y si el discurso es breve, como pretende el aforismo, la imagen puede ser total.